Tras las puertas de Nuevo Edén

Me mordí el labio y fruncí el ceño pegando los brazos a mi pecho con fuerza. Sentía mucha vergüenza y culpabilidad, y casi podía ver a las otras Hermanas juzgándome. No tenía que haberle pedido quedarse. Cogí aire y lo solté en un entrecortado suspiro. Cerré los ojos y me dije a mí misma que debía dormirme. Sentía las mejillas ardiéndome.


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Me mordí el labio inferior observándola. Acaricié su cintura con suavidad. Era la primera vez que tenía la necesidad de hacer algo así. Notaba un cosquilleo en el estómago y al contrario de lo que creía, no era desagradable, al contrario.

Me había demostrado que era un buen hombre, y con creces, así que sabía que me acariciaba para calmarme. Pero lejos de eso, la reacción que provocaba en mí me era ajena, tortuosa y sofocante. Algo en mi vientre daba un vuelco y me desesperaba. Así que agarré su mano para que dejara de acariciarme. Tragué saliva.

-Estoy bien- dije con voz algo ronca, y no supe de dónde sacaba las fuerzas para hablar en voz alta-. Duerme.


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Asentí ante sus palabras y apreté con sutileza los dedos de la mano que había posado en su cintura. La verdad era que me sentía cansado después de la perdida de sangre y agotado mentalmente. Por algún motivo compartir la cama con ella me estaba evadiendo el dolor. Acomodé la postura sin separar mi mano de su cintura y dejé escapar el aire con suavidad, el cual acarició su espalda y nuca.

Solté aire lentamente, dándome cuenta de que había estado conteniendo la respiración, y en algún momento me dormí de puro agotamiento.

Entonces oí que la puerta se abría de golpe y entraban soldados dando voces. Me senté en la cama, dolorida y levantando las manos mientras ellos no cesaba de gritar: ¡Al suelo, al suelo! Nos hicieron salir de la cama, y entonces dispararon a Scott. Grité suplicando clemencia, grité el nombre de mi compañero, y me dispararon a mí.


Abrí los ojo de golpe, inclinándome sobre la cama, y sentí el dolor en toda la espalda. Solté un quejido volviendo a tumbarme, y tragué saliva contando mentalmente, rezando para que el dolor no fuera más que una mera ilusión.

Volví a despertarme cuando se agitó. Noté su quejido por el dolor y su respiración agitada. Me mordí el labio inferior, dudando pero finalmente la rodeé con el brazo y la estreché contra mi con mimo y cuidado de no hacerle daño.

-Sigo aquí. -le susurré. -Es solo un sueño.

Esperé unos minutos a que mi ritmo cardíaco se calmara. Seguía en mi habitación, con Scott, y a salvo.

-Está amaneciendo- dije al ver la luz que se filtraba por la ventana-. Yo voy a tener que salir.

-Iré contigo. -musité mirando su nuca. -No puedes salir sin un compañero o no volverás.

Me alcé con suavidad hasta mirarla desde arriba.

Giré la cabeza para mirarle.

-No- me negué-. Acabas de sobrevivir a dos balazos. Me asignarán otro compañero mientras no puedas salir tú.

-Y si luchas y se te abren las heridas, ¿qué harás cuando te las vea y pregunte por qué tienes marcas de latigazos? -negué lentamente.

-No puedes ir con otro compañero hasta que te hayan sanado las heridas.

- ¿Y entonces qué?- pregunté- No voy a sacarte ahí fuera para que te maten después de haber recibido dos balas por mí.

Me incliné, haciendo fuerza con los antebrazos para ayudarme a levantarme.

Mi mano se deslizó desde su cuerpo cuando se levantó, recorrió el mismo y la separé. Me acerqué al borde la cama y me senté apoyando las manos en mis rodillas. Tomé aire y lo expulse con suavidad.

-Mejor eso que, que te descubran y te acaben matando a ti también.

Me mordí un pedacito de labio al notar su mano hasta que logré sentarme en la cama, bajando la vista.

-No lo voy a permitir- murmuré-. Diré que estoy... indispuesta... Me inventaré algo...


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Me mordí el labio inferior y desvié la mirada al ver su expresión. ¿Por qué me atraía tanto? suspiré.

-Puedes intentarlo, pero si te hacen salir iré contigo. -respondí volviendo a fijar la mirada en ella.

-Sé qué decir- dije, levantándome.

Me abotoné bien la blusa y me pasé los dedos por el pelo. Me las vi negras para ponerme las botas, pero al final pude calzarme.

-Ahora vuelvo- dije antes de darle la espalda y caminar hacia la puerta.


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La observé girarse y seguí los movimientos de su cuerpo. Agité lentamente la cabeza cuando me di cuenta de lo que hacia.

-¿Quieres que te acompañe?

Me quedé con la mano en el pomo y giré la cabeza, pensativa.

-No- respondí-. Cierra con pestillo... Por si acaso- dije, sabía cómo se podía interpretar el hecho de que Scott hubiera pasado la noche en mi habitación.

Abrí, y cerré detrás de mí. Miré a un lado y a otro con gesto nervioso, pero tenía que actuar con normalidad, así que eché a andar.

La vi salir y me eché atrás en la cama, respaldándome en la pared. Suspiré y pasé los minutos así. Por algún motivo no conseguía quitármela de la cabeza. Me mordí los labios por dentro y bajé la mirada hasta mi pantalón el cual me desabroché.

Agarré mi miembro y suspiré al notar el tacto. Comencé a masturbarme lentamente pensando en ella y acelerando poco a poco. Notaba cosquilleos en el estómago mientras recordaba el contacto de su cuerpo contra el mío cuando le soplé la herida, su olor, cómo se mordía el labio o movía las pestañas. Me mordí el labio inferior entre suaves suspiros y gemidos mientras poco a poco llegué al climax. Arqueé ligeramente la espalda y gruñí dejando caer luego el peso de mi cuerpo.

Cuando llegué al cuartel había cierto revuelo en el ambiente, y no tardé ni cinco minutos en enterarme de lo que pasaba. El Padre Lucas había desaparecido, o al menos no había vuelto a su despacho aquella mañana. No estaba en su habitación, ni en la iglesia, y nadie le había visto. Me hice la sorda, aunque mostré interés y preocupación cuando me vi en vuelta en una conversación sobre el Padre con tres soldados con los que había estado entrenando anteriormente. Luego me acerqué al mostrador para decirle a la administrativa que no iba a poder salir aquel día a causa de una menstruación fuerte y dolorosa. No hubo reparos, ni preguntas. Así era la iglesia a ese respecto, y cuanto más fanatismo, más tabúes había.

Volví a mi habitación al cabo de un rato. Me aseguré de que no tenía a nadie cerca, y llamé a la puerta con suavidad.

Abrí la puerta y me separé de la misma con cojera para abrirla por completa y dejarla pasar.

-¿Te han dejado quedarte? -pregunté.

Asentí con la cabeza mientras cerraba la puerta y pasaba dentro.

-Te dije que sabía qué decir.

Anduve hasta la cama y apoyé una mano en el cabezal para sentarme con cuidado.