Tras las puertas de Nuevo Edén

Caminé hasta sentarme junto a ella. Tomé aire y lo solté con suavidad mientras miraba a mi alrededor y entrelazaba mis dedos, jugando con ellos. No entendía por qué estaba tan nervioso por tenerla cerca.

Le miré cuando se sentó a mi lado y sonreí. Me encontraba mejor y estaba menos asustada.

- ¿Cómo te encuentras?- le pregunté- ¿Tienes que pasar por Enfermería para que te hagan curas?


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La miré y sonreí. -No, tranquila. Estoy bien. -dije.

Había aprovechando para tomarme un par de analgésicos cuando se fue y ya comenzaban a amortiguar el dolor.

-¿Tú cómo estás con las heridas? ¿Quieres que te cambie las vendas?

-No creo que haga falta. Gracias- respondí, bajando la cabeza.

Entonces vi la sangre seca de su uniforme, y toqué la mancha de su pecho con los dedos.

-Dios mío, si no lavo el uniforme, no habrá manera de quitar la sangre- dije, y me levanté-. ¿Quieres que lave el tuyo también?

-Claro. -respondí mientras me desabrochaba el chaleco.

Dejé el contenido del mismo como la linterna, el rosario, la biblia y los cargadores sobre la mesa de noche y me lo quité. Seguidamente comencé a desvestirme hasta dejar todo el uniforme doblado sobre la cama.

No me paré a pensar en la calidad de la pregunta hasta que empezó a desvestirse delante de mí. Me di la vuelta y me sangitüé. Tragué saliva, con los ojos muy abiertos mirando al frente.

Tomé el uniforme y me levanté tendiéndoselo.

-Toma. -dije a la par que lo alzaba.

Me mordí un poco el labio y tragué saliva mientras ladeaba la cabeza. Le vi solo de refilón, de reojo mientras cogía su ropa. Me metí en el baño y volví a santiguarme frente al espejo.

-Jesús...- susurré en un suspiro.

Saqué el detergente y el quitamanchas y me puse manos a la obra.


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Retrocedí cuando se metió en el baño y me senté en la cama apoyando los puños en el muslo y mirando la puerta por la que se había metido. Tomé aire y suspiré.

Pulvericé con el spray del quitagrasas en cada una de las manchas de sangre. Tenía que esperar unos minutos a que el producto actuara y luego frotar, y así lo hice. Sin embargo, tuve que repetir el proceso tres veces, y las heridas de la espalda molestaban mucho cuando frotaba la ropa. Pero me aguanté, y cuando conseguí eliminar las manchas dejé la ropa en remojo con el detergente.

Fui a salir del baño, pero entonces me di cuenta de que tenía a Scott semidesnudo sobre mi cama. Apreté los dientes, cogí el albornoz, me santigüé y salí del baño con el albornoz por delante.

-Ponte esto- le dije, evitando mirarle.

Me levanté cuando salió del baño y observé el albornoz y luego a ella. Por algún motivo evitaba mirarme. Tomé la prenda y me la puse con cuidado para seguidamente volver a sentarme en la cama.

Carraspeé, y fui hasta el otro lado de la cama para asentarme, de espaldas a él. Me miré las manos, algo avergonzada.

-Qué...- comencé, y me senté un poco girada para poder mirarle- ¿Qué hacías antes de... todo esto?- pregunté con cierta curiosidad. Era mi compañero, y no sabía nada de él.

-Colaboraba con la cruz roja para las ayudas en áfrica. -respondí. -Un misionero moderno. Vacunas, ayudas de alimentos, esas cosas.

La miré y ladeé la cabeza. -¿Y tú?

-Oh- sonreí- Eso es fantástico. Yo era profesora en la Universidad Católica aquí. Los últimos dos años. Antes ayudaba en orfanatos y centros de discapacitados. Soy monja del Sagrado Corazón.

Sonreí ante su explicación. -Y por obra del destino nos hemos convertido en soldados. -murmuré mirándola.

-Me alegro de que tú seas mi compañera.

Sonreí, y bajé las pestañas mirándome las manos un momento.

-Y a mí. Dios me protege, al parecer.


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Sonreí y bajé la mirada cuando ella lo hizo. Sin poder evitarlo extendí una mano lentamente hasta apoyarla en su muslo. ¿Pero qué me estaba ocurriendo?

Bajé la vista a su mano, con la boca entreabierta. Había dejado de sonreír. Le miré un momento y moví la rodilla para que apartara la mano. Carraspeé bajando las pestañas y apretando los labios.


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Carraspeé y aparté la mano, girando el cuerpo.

-Disculpa. -murmuré mientras me pasaba el pulgar por la palma de la mano opuesta con la mirada fija en el suelo.

Me pasé el pelo detrás de la oreja, desconcertada por aquel momento tenso.

-Puedes... Puedes darte una ducha cuando quieras, si quieres... No puedes volver a tu habitación así, y pasarán horas hasta que puedas tener el uniforme seco...

Asentí ante sus palabras y me levanté.

-Será lo mejor si. -comenté mientras me dirigía al baño.

Cuando entré al mismo me quité el albornoz y me desnudé. Me duché con agua fría frotándome con fuerza el pelo al sentir vergüenza cuando pensaba en la mujer. Resoplé y apoyé la frente en la pared mientras el agua golpeaba mi espalda.