Mandato del rey.

Me giré al tabernero, desde luego no parecía muy dado a las bromas... Que manera de encenderse, desde luego. Volví a mirar a mis compañeros y dí mi opinión:

-No sé, quizá por los bandidos. Los soldados se pasan el día patrullando en las ciudades. Seguro que los bandidos conocen mejor los caminos y el bosque.- Comenté mirando el lado bueno.

-Aunque por otra parte, de ladrones nunca te puedes fiar...- Y acabé con el lado malo.

Era una decisión igualmente válida, tanto soldados como bandidos, tenían sus ventajas e inconvenientes.

Asentí ante el Enano.
-Bien, que decidan las dos Damas.

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-Se mire como se mire, las apariencias engañan a veces, señora- Apunté.

Es cierto que los soldados daban buen aspecto, pero esto nunca se sabe. Igual podíamos atajar mucho haciendo un trato con los bandidos.

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-Yo sigo insistiendo en los Soldados. Los bandidos son demasiado arriesgado. Pero se hará lo que quiera la mayoria.

Me volví a sentar, esperando que tomaran una decisión.

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Me giré a la muchacha del barril:

-¿Tú que opinas, Daura?

Me cambié el hacha de mano, con un malabar.

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Dejé de mordisquear la espina central del pescado a la que le quedaban aún algunos pedazos rezagados de carne y miré al enano, sin apartar la boca de la comida.
-Los soldados son tipos agresivos y creídos, no me gustan, pero cobran un buen salario, y hay menos posibilidades de que nos atraquen sin más.

El tabernero los miró y suspiró despacio. - Menudos se ha buscado el viejo rey. - Murmuró por lo bajo. Se giró y continuó atendiendo pedidos.

-Pues no se hable más. Vamos a hablar con los Soldados. Gracias por la hospitalidad, señor tabernero. Un guiso de pescado, excelente.

Comenzé a andar hacia la puerta, para ir con los soldados

Sonreí al tabernero a modo de despedida y salí fuera yo también.

¡Pues yo no le sonreí! Giré un par de veces más el hacha y la enfundé en la correa de la espalda. Le alboroté la melena a un niño que me aplaudía sonriendo. El hacha y yo éramos como uña y carne, después de todo podía considerarse alguien más de la familia, en el clan.

-Los soldados entonces- Sentencié.

Los soldados y los bandidos miraron a la pareja que acababa de salir de la taberna, ambos comenzaron a acercarse y los bandidos retrocedieron cuando vieron a los guardias.

Los guardias con toques rojos y dorados en sus armaduras se acercaron a ambos mientras el de toques azules esperaba atrás con la espada desenvainada observándola y pasando los dedos por la hoja.

Así que sois los enviados del rey, ¿no? - Dijo el soldado que parecía tener mas rango mientras se quitaba el casco. - Soy Baluan, capitán de la guardia destinada al pueblo hasta que dure la contienda. El es mi segundo. Mordrek. - Señaló al soldado de la armadura roja. Este no llevaba casco y dejaba ver una cabeza con falta de pelo y canas. - Y el de atrás es Jans. Como enviados del rey nos vemos obligados a prestaros la ayuda minina, no podemos daros mas, nos preparamos para la batalla. Jans, ven aquí. -


Y no vuelvas, merluzo. - Pronunció el tabernero al enano.

Me presenté simplemente como "Erik" y asentí con la cabeza y solté unas palabras:

-¿Batalla? ¿Dónde?- Dije mirando a Baluan.

Salí detrás de ellos al porche de la taberna, cubriéndome la cara con una mano, hacía un sol deslumbrante fuera. Joya corrió detrás de mí agitando felizmente la cola después del atracón.
Escuché los nombres de los soldados y me encogí de hombros, nunca llegaría a aprendérmelos y lo sabía, esperaba que no se lo tomasen a mal.
Arrugué la nariz, qué tenía yo que preparar para la batalla... me ajusté un poco las ropas como si fuera una armadura bien lustrada, y aseguré que el filo de mi daga estuviera en buenas condiciones observándola a contraluz.
-Lista.

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Le eché una ojeada a Eris y exclamé:

-Para empezar podríais conseguirnos un mapa o algo... ¿Qué le parece, capitán?

Puede que hubieramos elegido la mejor opción.

Examine a los soldados e hize lo propio presentandome.

-Y bien, decidme ¿Cual es la situación?

Jans se acerco al grupo envainando su espada.



Baluan continuó hablando. - Zarmer, Lord Zarmer. Encontradlo y dadle muerte. No tiene mas. - El capitán miró a Jans y de nuevo al grupo. - Jans irá con vosotros, conoce el camino de aquí al próximo pueblo y allí seguro que encontrareis a alguien que os diga el próximo camino a seguir. - Se ajustó el cinturón y los miró. - No sabemos mucho de dicho lord, solo que ha extendido su propia ley en las tierras del oeste sometiendo al pueblo y haciendo de alguna manera que lo adoren. El rey no lo tolera y antes de perder soldados ante un ejercito desconocido prefiere un asesinato en el que si se fracasa, se perderán menos vidas que un ataque a ciegas. - Dió un par de pasos y miró a los bandidos irse. - Llegad a su castillo, infiltraos y matadlo. No tiene mas.

-Asi se hará, ¿Nos dais provisiones? Eso entra dentro de la ayuda minima ¿Verdad?.

Me fijé en como los bandidos se marchaban. Había tratado con este tipo de gente y normalmente siempre se vendían al mejor postor, si podían sacar unas monedas de esto, lo harían. No me extrañaría de que dicho lord se enterara de que un hombre, un enano y dos mujeres habían llegado desde la Gran Édore y que habían parlamentado con el capitán de la guardia. Me giré a Jans y le pregunté:

-¿Y cuántas jornadas hay hasta el próximo pueblo...?

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Matar a un tal Lord Zarmer, no sonaba exactamente como algo que habría aprobado el abuelo, pero ya estaba metida en esto y no podía echarme atrás. Observé a los compañeros que preguntaban por la ayuda mínima al soldado, si les dábamos oportunidad se lavarían las manos. Joya comenzó a gruñir y mostrarle los dientes al soldado, se ve que pensaba lo mismo que yo, me agaché a recogerla y sonreí angelicalmente al hombrecito de armadura azul.
-Perdonadla Sir.