Una noche tranquila.

Estaba tumbado en la cama, boca arriba mirando al techo con la muñeca en la frente. Había sacado la otra mano de la cama dejándola extendida, a su vez, el rosario descansaba en ella mientras su cruz se balanceaba cada vez que yo pasaba una cuenta. Observaba el techo en silencio respirando con suavidad con una rodilla alzada. Las ideas y pensamientos se arremolinaban en mi mente. Tomé aire y lo expulsé con suavidad. Iba vestido solo con los pantalones pues el resto del equipo se me había quedado para el arrastre. No iba a ponerme uno nuevo para mancharlo antes de ni si quiera salir.

Había pasado el resto del día ayudando con los supervivientes, sobre todo con los pocos niños que habíamos encontrado. La mayoría se habían quedado solos, y necesitaban apoyo y cariño. Estaba acostumbrada a tratar con huérfanos, a jugar con ellos, a hacerles ver que Dios velaba por ellos. No había criatura más agradecida que un niño. Y Kerry había estado ayudándome con los más pequeños.

Cuando acabé, cené en el comedor común, y al no haber visto señales de Scott por ninguna parte, me preocupé todavía más, así que decidí ir a verle a su habitación. Ya había visto lo fuerte que era, y lo capaz que era de aguantar heridas graves, pero no por ello iba despreocuparme. Era de noche ya cuando llamé a su puerta, y el pasillo estaba vacío.

Dejé de pasar las cuentas del rosario cuando escuché cómo llamaban a la puerta. Continué observando el techo durante unos segundos y finalmente me levanté. Me encaminé hacia la puerta moviendo el hombro en circulos. Notaba molestia, pero no dolor, por suerte aquel ser usó un arma contundente, si hubiera tenido filo me habría partido en dos.

Apoyé una mano junto al marco de la puerta y abrí la misma con la otra observando a la mujer al otro lado.

-Hola. -le dije. No la esperaba.

Suspiré de alivio al verle, y sonreí.

-Vengo a ver si sigues vivo- bromeé-. ¿Puedo pasar?

Sonreí ante su broma y me aparté de la puerta, abriendo la misma para que pudiera pasar.

-Pasa, pasa. -respondí.

Mi habitación no era diferente a la suya. Un baño, una cama, un escritorio y un armario, no tenía nada de especial.

Anduve hasta el centro de la habitación y giré sobre mis talones para mirarle.

- ¿Cómo te encuentras? Con semejante golpe pensaba que estarías en el hospital al menos esta noche.

Tenía las manos cruzadas sobre el regazo. Desvié la vista disimuladamente para no mirar su semidesnudez. Tenía cardenales y cicatrices por la mitad de su cuerpo.

-No tienen recursos como para permitirse dejar a alguien en observación sin que peligre su vida. -contesté mientras caminaba hacia el armario. Tomé una camisa y me la puse para seguidamente dirigirme a la cama.

Me senté y la miré. -Estoy bien, tranquila.

Le miré de reojo cuando me dio la espalda para ponerse una camisa y tragué saliva. Bajé las pestañas mientras se sentaba en la cama y suspiré.

-Si te hubieras dado en la cabeza...- murmuré, y me senté a su lado.

Me quedé mirando al frente un momento.

-Escucha... No te conozco demasiado bien, pero no es difícil adivinar que algo se tambalea dentro de ti- levanté las pestañas para mirarle- desde que... Bueno, desde lo que pasó- murmuré-. Me gustaría que no llevaras tú solo esa carga.

Suspiré de forma casi muda y me froté la nuca mientras bajaba la mirada, pensando. Alcé la cara y volví a mirarla. Sentí el deseo de alzar la mano y acariciarle el pelo por algún motivo. Me mordí el labio inferior y aparté la mirada emitiendo un suave gruñido.

-Cada uno carga con sus pecados y cada uno es dueño de ellos. No te preocupes por mi. -contesté en un tono algo seco. -Estoy bien.

Bajé la vista al percibir su tono.

-Un pecado que cometiste por mí- respondí, y le miré de nuevo-. No puedo evitar preocuparme.


Empatía 3
Percepción 7

El miembro 'Dangereuse Devereaux' ha efectuado la acción siguiente: Dados lanzados:

'd10' : 2, 3, 10

-Un pecado que nadie me obligó a cometer. -respondí. -Por eso es mío.

Me pasé la lengua por los labios con suavidad sin dejar de mirar al frente. No podía mirarla, no en ese momento.

-Te ayudé a esconderlos. Te hice quedarte, y mentir- dije-. Este pecado tan tuyo, como mío.

Dudé un instante, pero finalmente puse una mano sobre una de las suyas.

-Soy tu compañera, para lo bueno y para lo malo.


Empatía 3
Percepción 7

El miembro 'Dangereuse Devereaux' ha efectuado la acción siguiente: Dados lanzados:

'd10' : 1, 3, 2

Noté su tacto y casi me quemó con él. Tuve al menos la conciencia de apartar la mano con delicadeza y no de golpe que fue el primer instinto que tuve.

-Cada uno tiene sus pecados, como te dije. Al igual que tu cargas con los tuyos yo lo haré con los míos. -respondí. -Deberías ir a descansar. Mañana volvemos a salir.

Tragué saliva cuando apartó la mano. Parecía hosco, distante, pero ya no sabía si la cosa iba conmigo o con su conflicto consigo mismo.

-Que descanses- dije mientras me levantaba y echaba a andar hacia la puerta.

La observé la mitad del camino hacia la puerta, luego, simplemente, agaché la cabeza y apoyé los codos en las rodillas, entrelazando los dedos en mi nuca. Sabía que la estaba haciendo pagar, pero no podía evitarlo, era o esto o cosas peores. Resoplé. Todo se torcía.

Me levanté más temprano que de costumbre. Esa noche no había dormido demasiado mientras ponía las cosas de mi cabeza en regla. Llegué a la conclusión de que a Scott le convenía alguien que no le recordara lo sucedido, alguien a su lado a quien no pudiera culpar, otro compañero. Solicité el cambio en cuanto abrieron la recepción, y cuando preguntaron el motivo, alegué que necesitaba a alguien más competente, más en sintonía con mis habilidades y que no acabara malherido cada vez que saliéramos. Que si no podía ser otra persona, prefería salir sola. Me resultó amargo hablar así de él, pero Dios me perdonaría, a sabiendas de que lo hacía por su bien. Una vez hecho el trámite, salí afuera.

Me levanté y me duché para seguidamente ponerme el uniforme nuevo. Envainé la espada a mi espalda notando algo de tirantez en el hombro. Gruñí y salí de la habitación cuando estuve preparado.

Cuando llegué a la recepción para avisar de que salía me avisaron de que se me había cambiado de compañero. Alcé las cejas cuando me comentaron que mi compañero había pedido el cambio declarando incompetencia por mi parte. Suspiré y asentí echando a andar, seguía arrastrando la suave cojera.  

Cuando llegué a la puerta el resto también estaba ahí, entre ellos, Danger. Observé a mi nueva compañera y la saludé bajando la cabeza. La había visto alguna que otra vez, se llamaba Teresa y su pelo era del color del oro.

Tenía los dedos entrelazados sobre el pecho, sujetando la cruz entre las palmas, la cabeza gacha y los ojos cerrados, concentrada en una muda plegaria.

- ¿Danger?- preguntó una voz masculina.

Abrí los ojos y vi a mi derecha a un hombre de mediana edad. Tenía mi altura, la espalda ancha y unas profundas ojeras de no dormir bien. Se llamaba Philip. Le sonreí y le di la mano.

Vi a Scott ya cuando pisamos el puente.

Caminé junto a mi compañera en silencio. Por suerte ella tampoco era de demasiadas palabras. Cruzamos el puente y nos dispersamos por los diferentes puntos de la ciudad. A Danger le había tocado nuestra zona habitual pues su grupo seguía siendo el mismo y fui a mi a quien le tocó ir a otra zona. A las cercanías del muelle deportivo, exactamente.

Philip era un tipo bastante hablador y alegre a pesar de lo que pudiera parecer a primera vista. Había sido sacerdote toda su vida, y organizaba campamentos de verano para niños que habían hecho la comunión. A pesar de la buena charla, tenía una espina en la garganta al no tener a Scott a mi lado.

Habíamos aguantado durante horas ahí fuera. Derrotamos a una gran cantidad de infectados y a dos tenores, que nos dejaron heridos al los dos. Tenía una herida sangrante en un muslo, pero Philip me ayudó con el torniquete y podía más o menos caminar, apoyada en él. Nos dábamos soporte mutuamente, y llegamos a la puerta agotados, magullados y cubiertos de sangre. A veces me fallaban las fuerzas al caminar, pero Philip me ayudaba a no caer.

Llegar al puente no me dio fuerzas ni conseguir ver la valla de entrada a lo lejos. Caminaba a pasos inseguros, el peso añadido acentuaba mi cojera y la misma pasaba de ser una molestia a un dolor que flagelaba mi cuerpo a cada paso. Notaba la garganta seca, jadeaba y el sonido de mi respiración llenaba mis oídos. Llevaba la cara manchada por una salpicadura de sangre y no presentaba heridas más allá de un labio roto, cortes superficiales y magulladuras. Lo peor se lo había llevado Teresa.

Cargaba con ella en brazos la cual dejaba caer su cabeza hacia atrás y su mano colgar. Tenía un feo triple corte en el pecho, profundo, emanaba sangre sin parar y no había tenido forma de remitir la hemorragia. Iba dejando un mortecino rastro de migas rojas de pan a mi paso. Me acerqué poco a poco a la valla y la rodilla me falló la cual clavé en el suelo. Bajé la mirada y gruñí cual animal herido mientras tensaba los músculos del cuerpo hasta volver a levantarme.

Una vez llegué dentro el resto de hermanos corrió hacia mi y tomó a Teresa la cual se empezaron a llevar rápidamente al hospital. Pero hacia rato que se había desangrado. Me quedé quieto cual estatua, observando cómo se la llevaban.

ya estábamos dentro cuando vimos a cinco hermanos correr en dirección a la puerta. Giré medio cuerpo para ver qué ocurría, quién llegaba malherido, y lo vi. Me llevé una mano a la boca, y justo entonces pasaban por nuestro lado con la chica en brazos. La observé pasar como si fuera a cámara lenta, y era el rostro de la fría muerte. Miré a Scott, y empecé a llorar en silencio. Dios me acababa de castigar por mentir. Había sido culpa mía.

-Tenemos que ir al hospital, Danger- dijo Philip tirando de mí.

Perdí el equilibrio. Perdí fuerzas, pero Philip tiró de mí. No dejé de mirar hacia atrás.

Mi mirada se posó unos segundos sobre Danger, su pelo destacaba entre tanto blanco. La vi llorar y cuando me observó desvié la mirada de nuevo hacia Teresa.

Me quedé observando en la dirección en la que se habían llevado a la joven durante unos largos minutos hasta que me vi solo en aquel lugar. Desvié la mirada lentamente y eché a andar mientras pasaba las cuentas del rosario en mi mano.

Tomé rumbo a mi habitación. Sabía que la chica había muerto, no tenía sentido ir a mirar su cuerpo sin vida. Me desabroché el chaleco por el pasillo el cual dejé caer ahí mismo con la espada envainada. Abrí la puerta de mi habitación mientras me desabrochaba la chaqueta que tardó poco en caer al suelo. Caminé hasta la cama y me dejé caer en ella.