Olor a sangre

Habían muerto siete personas esa tarde. Había faltado poco para que Jacques se hubiese ido con ellos, pero por suerte Indhira le salvó la vida.
Tenía la ropa manchada de sangre de mover los cuerpos y llevarlos al patio trasero para enterrarlos. Algunos estaban cavando, otros movían cuerpos conmigo, y otros limpiaban los estropicios.

Nadie hablaba.

Al cabo de las horas cuando todo estuvo un poco adecentado me fui a la cama. La chica nueva estaba ahí, la habían herido. Me acerqué a ella.
-¿Cómo te encuentras?- le pregunté en un tono dulce -¿Necesitas que te traiga algo?

Había querido echar mano de la petaca mientras la mujer que parecía llevar la voz cantante, además de Pam, me sacaba la bala, pero no me lo habían permitido. Pregunté un par de veces por el militar.

Finalmente, Pete, el hombre grandote, me llevó la habitación común y me ayudó a acostarme en mi cama, teniendo la bondad de llevar mis armas por mí. Estuve durmiendo un rato, aunque el dolor era una jodienda, y no paraba de despertarme, así que le di un buen trago a la petaca. Miré a la chica rubia cuando se me acercó.

-Estoy bien, gracias- respondí, y traté de incorporarme para apoyar la cabeza en la pared-. Menudo primer día...

-Si... Debiste pensar "por fin un poco de tranquilidad" y zas- me di la vuelta y me quité la ropa manchada de sangre. Al final casi nos habíamos acostumbrado todos a cambiarnos ahí, así que ya no me daba vergüenza. Me puse el pijama y me senté en mi cama. -He tenido suerte, la verdad.

-Sí, yo he tentado a la mía diciendo que me había salido una flor en el culo al traerme aquí- dije, y saqué la pitillera para coger un cigarrillo-. El tiro por la culata- dije con el cigarro en la boca, mientras lo encendía-. No te han dado, ¿no? Pareces entera.

Asentí con la cabeza.
-Por eso digo que he tenido suerte- bajé la mirada, seria -Han muerto siete personas, casi todos están heridos. Y yo estoy entera.- respiré hondo y la miré -Se te ve joven, para que se te de tan bien usar la escopeta. ¿Quién te enseñó?

Hice rodar entre los dedos el pitillo, pensativa cuando dijo cuánta gente había muerto del refugio y bajando la vista. La levanté cuando me preguntó, y ladeé la cabeza.

-El club de armas de Beverly Hills- respondí.

-Oh...- hice simplemente, levantando el mentón. Subí las piernas a la cama y me metí debajo de las sabanas. Abrí el libro por donde lo había dejado, necesitaba despejarme.

Le di una calada al cigarrillo, captando el mensaje de que no quería que la molestara. Exhalé el humo con calma. Me saqué una moneda del bolsillo, un dolar americano que llevaba conmigo desde que tenía memoria, y empecé a jugar con él, pasándolo de un dedo a otro rápidamente.

Leí un capitulo entero con tranquilidad, e inconscientemente había estado todo el tiempo frotándome la nariz cual cocainomana.
-¿No te pasa?- le pregunté para llamar su atención -Que se te queda ese olor todo el tiempo pegado a la nariz.

- ¿Mmh?

La miré. Casi había olvidado que estaba ahí.

-¿A qué? ¿A sangre, a pólvora?- pregunté.

-A sangre- le especifiqué. -¿No te pasa?

-No huelo nada más- respondí, y le di una calada al cigarrillo. Era el tercero, y lo único que me aliviaba además del alcohol. Pero de lo segundo me quedaba menos-. ¿Habías matado alguna vez antes?- la miré, y me autorrespondí, sonriendo-. No, claro que no.

La miré confusa por esa pregunta.
-Ni ahora tampoco. He herido a personas por defensa propia, pero nunca he llegado a matar.- la miraba sin atreverme demasiado a preguntar -¿Tú si?

-Cuando llega el apocalipsis, o matas o mueres- respondí-. O tienes una buena estrella de la suerte- le miré-. Nah, antes no.

Le di una calada al cigarrillo y expulsé el humo.

-Maté a una criatura la semana pasada. Con un bate de baseball. Le destrocé el cráneo.- le expliqué -Estaba acorralando a Indhira, no pensé y fui a ayudarle. Hubiese hecho lo mismo de ser una persona.

-Claro- respondí-. De eso se trata.

Miré la moneda rodar por mis nudillos. Cara, vives; cruz, mueres.

Finalmente caí rendida del agotamiento mental que me supuso aquel día. Aunque aun dormida no me abandonaba la sensasión de presión en el pecho y de vértigo.

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