Heridas de bala.

-El corazón- le gruñí, levantando la cabeza para mirarle-. Capullo...- le insulté, sonriendo de lado y soltando una leve risa grave.

Sonreí y la estreché contra mi con suavidad. La idea era que riera un poco y ya lo había conseguido. Di una última calada al cigarro y lo apagué en el cenicero de la mesa de noche.

-Lo bueno que te disparen es que no haces ni el huevo los días siguientes, te traen la comida, te cuidan y no te mueves apenas. Me podría acostumbrar si además te tengo a ti en la cama.

Me separé un poco de él para poder doblar las piernas y sentarme, quedando más alta que él. Agarré su mandíbula con los dedos y me incliné para besarle en los labios.

Emití un placentero gruñido cuando me besó y alcé la mano sana hasta sujetar su hombro. Mordí su labio inferior como si no quisiera que se separara. Llevaba un rato muriendome de ganas por besarla.

Pasé una mano por su nuca con suavidad. Sonreí cuando me mordió y abrí más la boca, buscando su lengua y profundizando en el beso. Me separé tras un rato.

-Tienes que descansar- le dije-. ¿Tienes hambre? Has perdido mucha sangre.

Me separé lentamente cuando ella lo hizo y la miré. La volví a mirar de arriba a abajo y alcé la ceja lentamente. -Siempre. -bromeé antes de sonreír.

Rodé los ojos y me levanté.

-Ahora te subo algo- le dije-. Si está entera la cocina...- suspiré andando hacia la puerta.

Asentí y la observé salir de la habitación. Inflé los mofletes y dejé escapar el aire con suavidad, levantando la vista hacia el techo. -Joder. -murmuré.

Cuando subí traía un trozo de carne de ciervo en salsa que había sobrado de anoche, y pan algo duro. Estaba frío, pero no me atrevía a encender nada con forme había quedado la casa, así que no iba a ser un plato gourmet.

-Que aproveche- le dije, tendiéndole un tenedor y el plato.

Apoyé el plato en mi regazo y usé la mano sana para comer. Comí rapidamente pero a trozos pequeños, masticando con fuerza y tragando velozmente. Al poco había terminado y dejado el plato sobre la mesa de noche.

Eché la cabeza hacia atrás y suspiré. -Si llevaras una falda corta estoy ya sería el paraiso.

Le miré comer, sentada en el borde de la cama. Levanté una ceja cuando rompió el silencio.

- ¿Cómo?- pregunté, y me reí- ¿Para qué quieres una falda?

-Enfermera sexy, ya sabes. -contesté alzando la mano y moviéndola en circulos. -De esas que se agachan a cada momento, con liguero y medias. -asentí mientras miraba al techo, imaginándomelo. -Ya te digo.

Me eché a reír sin poder evitarlo.

-No tengo el de enfermera, lo siento- me sequé una lagrimilla de reírme-. Te llenan de plomo y tú piensas en que me ponga falda y medias.

-Es una buena manera de mantenerse a flote, pensar en cosas que te gusten. -contesté.

-Y tu en minifalda, gustas, gustas. -dije con una sonrisa sin despegar la mirada del techo.

Sonreí de lado y me pasé la lengua por el interior de los dientes.

-Ponte bien pronto y te daré una sorpresa.

Bajé la mirada hasta las heridas.

-Ya habeis oido. Sanad, sanad. Y habrá fiesta para todos.

Sonreí de lado. Era bueno que conservara el humor. O lo intentaba para no volverse loco, para no pensar en lo que había pasado. Di una última calada y me levanté para darle un rodeo a la cama y llegar a la mesilla de noche donde estaba el cenicero. Apagué la colilla.

-Deberías dormir- le dije-. Con el estómago lleno te será más fácil. Yo estaré por aquí.

Asentí ante sus palabras y poco a poco me arrastré hasta tumbarme en la cama con un suave gruñido.

-¿Puedes traerme un poco de agua? -musité mientras el sueño me invadía. Probablemente ya estaría dormido para cuando volviera con ella.

-Claro- respondí, y salí de la habitación.

Cuando bajé las escaleras me entretuve mirando los destrozos de la casa. No era tan terrible como el número de vidas que se habían cobrado, pero esa había sido mi casa, y aunque no lo imaginara, sentía algo por ella. Había sido mi hogar. Había pasado momentos geniales y otros bochornosos, pero era mi casa. La sangre manchaba el suelo, había casquillos, agujeros de bala en las paredes y las ventanas estaban destrozadas. La puerta también parecía un colador. Pam estaba sentada en uno de los sofás fumándose un cigarrillo. Tenía los brazos y la cara manchados de sangre y tierra, y por suerte sólo había recibido heridas superficiales.

Entré en la cocina esquivando un considerable charco de sangre, de Bridgitte, que seguramente se había desangrado mientras defendíamos la casa, y cogí una botella de agua. Cuando salí le di un apretón en el hombro a Pam para reconfortarla. O eso intentaba. Volví a subir las escaleras y cuando llegué a la habitación, Jacques ya estaba dormido.

El encapuchado ladeó la cabeza observando las teclas del piano, extendió un dedo y pulsó una de ellas con suavidad, seguidamente otra, y otra hasta que el resto de sus dedos se unieron al primero y comenzaron la melodía.

El gato descansaba tumbado sobre el piano de la habitación, moviendo la cola con suavidad mientras se lamía una pata y dejaba colgar una de las traseras por el borde del mismo.

Tensé el cuerpo cuando oí la nota del piano. Me quedé mirándole un instante, y luego le eché un vistazo a Jacques, que parecía profundamente dormido, sin percatarse. Dejé la botella de agua sobre la mesilla de noche y me acerqué a Muerte. Estaba sentado a la izquierda de la banqueta, así que me atreví a tomar asiento a su lado. Acaricié las teclas de más a la derecha, las más agudas.

El encapuchado giró la cabeza para observarla durante un segundo y la ladeó con suma curiosidad.

Frenó un segundo y comenzó de nuevo con la melodía. -ESTA TE LA ENSEÑARON SIENDO UNA NIÑA. DÉJALA FLUIR. -murmuró pasando los dedos sobre las teclas, tocándo las mismas.

Tras unos segundos tocando y moviendo el cuerpo con suavidad al son de las teclas ladeó la cabeza ligeramente sin apartar la mirada de las mismas. -ME HE FIJADO EN QUE LA VIDA HUMANA ES COMO EL TECLADO DE UN PIANO. TECLAS BLANCAS DE FELICIDAD Y TECLAS NEGRAS DE AGONÍA.

- ¿No es casualidad que unas sean más pequeñas que otras?- murmuré.

Hacía tantos años que no tocaba, que creía haberlo perdido todo. Me sorprendí a mí misma al recordar la canción, deslizando los dedos delicadamente por las teclas y arrancando el tímido sonido de las notas del piano.

-LA PREGUNTA ES... ¿PUEDES COMPONER LA PIEZA PERFECTA SIN TOCAR LAS NEGRAS? -preguntó mientras continuaba tocando.

El gato los observaba, ronrodeando.

Sonreí ligeramente de lado. Cerré los ojos y me dejé llevar por la música. Me pregunté si alguien nos estaría escuchando.

-No- respondí.