Una noche tranquila.

Era poco más que un alma en pena cuando llegamos al hospital. Me cortaron el pantalón para poder atenderme la herida del muslo, y me dejé hacer mientras me ponían una vía con suero y me cosían las heridas. Tenía tres agujeros de las uñas de un tenor en la cara interior del muslo. El resto eran contusiones, una brecha en la sien y cardenales en cada centímetro de mi cuerpo. Había dejado de llorar, aunque las marcas eran evidentes debido a la suciedad y la sangre seca en la cara.

Salí al cabo de tres horas. Agradecí a Philip que se hubiera quedado a esperarme y caminamos juntos hasta el pasillo de las habitaciones. Iba cojeando y apoyándome en la pared mientras andaba, y aunque llevaba una venda considerable, se me estaba helando la pierna entera.

-Nos vemos mañana, Philip- le dije al ex sacerdote en tono amable y cansado-. Descansa.

El hombre asintió y se alejó, y yo renqueé por el pasillo hasta que me encontré un chaleco con una espada envainada. Había sangre. Y también en el marco de la puerta, metro y medio más allá. Apreté los labios y solté aire por la nariz antes de agacharme a cogerlos y cojear hasta la habitación de Scott. Acaricié la sangre seca del marco con la forma de su mano y arqueé las cejas. Me dolía el pecho, y no era por las heridas. Llamé a la puerta y me quedé apoyada en el marco, con la cabeza gacha y la espada abrazada a mí con la otra.

Apreté los dientes cuando escuché la puerta. Me levanté pesadamente y caminé en dirección a la misma. Apoyé la mano en el pomo y tardé unos segundos en girarlo y abrir la puerta. Di de frente con los ojos de Danger. La miré en silencio.

Me volvió el nudo a la garganta en cuanto lo vi aparecer. Casi había esperado que me cerrara la puerta directamente en la cara. Tragué saliva y bajé las pestañas, tendiéndole la espada envainada y el chaleco.

-Lo siento...- murmuré.

La miré durante unos segundos más y observé lo que me tendió. Alargué la mano pero sujeté su muñeca, atrayéndola hacia mi. Me incliné y la abracé con suavidad, dejando escapar el aire de mis pulmones mientras el chaleco y la espada caían al suelo.

Me quedé con los ojos muy abiertos, con las manos cerradas en un puño y pegadas a mis hombros, pero finalmente enterré la cara en su pecho y cerré las manos en su camisa. A duras penas contuve las ganas de llorar, y la puerta estaba abierta.

Cuando noté que me rodeaba la estreché contra mi con suavidad. Me alcé poco a poco sujetándola con firmeza pero sin demasiada fuerza cuando colgó de mi. Cerré la puerta empujándola con la punta del pie y caminé hacia atrás aún con ella abrazada a mi mientras la sostenía. Me senté en la cama con ella encima y apoyé la barbilla en su hombro, frotando su espalda.

Me sentó a horcajadas sobre sus muslos, y yo me acurruqué como un niño pequeño, apoyando la cabeza en su hombro.

-Se supone que tengo que consolarte yo- murmuré al cabo de un rato.

Acariciaba su espalda con los dedos, notando su calor y su respiración además del peso de su cabeza en mi hombro. Recorrí su espalda con mi mano hasta acaricia el pelo con suavidad.

-Soy tu compañero, para lo bueno y lo malo. -la cité en un susurro.

Cerré los ojos, dolida por mis propias palabras. Sorbí por la nariz y levanté la cabeza para mirarle. Los puntos del muslo me tiraron ligeramente al echar la espalda hacia atrás, y me sujeté a sus hombros con las manos.

-Pensaba que no soportabas ver el recordatorio de lo que pasó...- bajé la vista- Es como si yo hubiera matado a esa mujer- confesé, pues así me sentía.

Alcé la mano y apoyé la palma en su mejilla mientras acariciaba la misma con el pulgar. Tiré de ella suavemente hasta alzar su mirada y fijé mis ojos en los suyos.

-No fuiste culpable de lo que pasó, habría pasado contigo como con cualquier otra persona. No eres un mal recordatorio. -le contesté entre susurros. Continué acariciando su mejilla. -No has asesinado a esa chica. -respondí. -Su cuadrante le iba a tocar con o sin mi, habría muerto igual, y puede que su compañero también de no haber sido yo. -finalice, volviendo a mirar sus ojos y acariciar su cara. -Siempre te he visto como un pequeño milagro.

Bajé las pestañas sorbiendo por la nariz y sonriendo, y al bajar la cabeza me percaté de la posición tan comprometida en la que me hallaba. Me lamí los labios, de repente resecos, y apoyé el pie de la pierna ilesa en el suelo para hacer impulso. Hice una mueca al levantarme y echarme a un lado para sentarme en la cama.

-Uf...- suspiré.

Abrí los brazos para dejarla ir cuando se separó y la miré en silencio. Bajé la mirada hasta su muslo cuando se sentó en la cama dándome cuenta de la herida. Volví a alzar la mirada hasta sus ojos.

-¿Quieres dormir aquí hoy?

Levanté las cejas.

- ¿C-cómo?- pregunté, sin entender.

-Que si quieres quedarte a dormir conmigo. -repetí sin dejar de mirarla.

Pestañeé un par de veces.

-Ehm- carraspeé, y bajé la cabeza-. N-no estuvimos muy cómodos la última vez.

Me miré las manos, y entonces me planteé la posibilidad de que ahora era él el que no quería estar solo.

- ¿Quieres que me quede?- pregunté- Puedo quedarme si necesitas compañía.

Bajé la mirada ante su primera respuesta y la alcé sonriendo cuando continuó hablando. -No te daré otra noche de incomodidad. -le respondí.

Apoyé una mano en su hombro y se lo apreté con delicadeza. -Tranquila.

- ¿Qué? No, no. Me refiero a que l-la, la cama es pequeña- tartamudeé y bajé la mirada frunciendo el ceño y sintiéndome idiota. Con perdón de Dios.

-Y la cercanía de nuestros cuerpos te incomoda. No es lo que quieres. Y lo entiendo. -respondí. -Por eso no te voy a hacer pasar por ese calvario. -finalicé volviendo a sonreír de medio lado y devolviendo la mirada al frente.

Bajé la vista de nuevo, abochornada, con el rubor hasta las orejas. Forcé una leve sonrisa ladeada y me froté un brazo, recordándome a cuando no era más que una niña tímida en el patio del colegio. Carraspeé.

-Si necesitas algo- murmuré-. Hablar, o compañía. Da igual la hora, ¿de acuerdo?- dije con sinceridad, y sonreí, mirándole.

La rodeé con el brazo y la atraje hacia mi con suavidad besando su cabeza. -Lo que necesito de ti no puedes dármelo, Danger. -le susurré. -Ya me has dado todo lo que he necesitado hasta ahora, no te pidas más. -terminé en un nuevo murmuro mientras apoyaba mi barbilla sobre su cabeza.

Eso lo había entendido. No quería que fuera así, pero había captado el mensaje. Tragué saliva y me quedé con los ojos abiertos.

- ¿Por qué?- me atreví a preguntar, supuse que porque no le miraba a la cara- ¿Por qué de mí?

En realidad no sabía si quería la respuesta. Me temblaban las manos y respiraba muy flojo para no moverme.

-No lo sé. -respondí con suavidad. -A veces no hay motivo, algo me impulsó hacia ti. -dije con suavidad acariciando su pelo. -No soy capaz de explicarlo ni entenderlo, pero lo sé. Pongo a Dios de testigo de que lo sé.

Tragué saliva y entorné los ojos. No sabía cómo tomármelo, no sabía a qué atenerme ni cómo comportarme. No me habían entrenado para nada semejante. Sólo sabía que era pecado, que durante toda mi vida me habían dicho que un hombre y una mujer que no estaban unidos por los lazos sagrados del matrimonio no podían estar juntos en una misma cama. Y también sabía que una oleada de calor me recorría el cuerpo desde que me llamara milagro hacía un rato. Me mordí los labios por dentro, y no me moví.

Continué acariciando su pelo con la barbilla apoyada en su cabeza durante unos minutos. Volví a besar su cabeza y la estreché contra mi con suavidad. -¿Quieres que te acompañe a tu habitación? -susurré.

-No- me salió un gallo, y carraspeé-. No hace falta- murmuré mientras me separaba, con la vista fija en un punto entre los dos.