La vuelta a la realidad.

Negué lentamente ante sus palabras.

-No es cuestión de salvarlos a todos. Es cuestión de que la gente muera innecesariamente. Hoy no deberían haber salido, hoy no le tocaba morir a nadie.

-Barry tendrá que cargar con eso- murmuré, y me levanté-. Voy a ver por qué coño han salido.

Me levanté junto a ella. -Yo también quiero saberlo. -dije mientras me sacudía la ropa.

-Veamos qué motivo lleva a una persona a originar esto.

-Oye, ¿no está esto muy tranquilo?- pregunté mientras subíamos los escalones del porche, percatándome de que faltaba una presencia molesta y chillona- No me jodas... ¡Barry!- grité, y lo encontré en el salón con un moretón en la boca del tamaño del puño de Jacques.

Le temblaban las manos y no dejaba de andar de un lado para otro. Dio un salto cuando grité su nombre.

- ¿Me quieres explicar por qué hemos tenido que enterrar a Joanna y por qué no está Mary?- pregunté.

Pam y Pete llegaban en ese momento.

Observé a Barry en silencio. Empezó a hablar mirándose las manos mientras entrelazaba los dedos y se daba suaves tirones.

-D-decidimos... ir al refugio del centro de comunicaciones. N-no nos gustaba tener a más militares por aquí. Íbamos a informar de lo que ocurría en este refugio. -dijo. Poco a poco pasó del arrepentimiento y la vergüenza a la ira y valentía. -No es culpa nuestra. No es culpa nuestra que decidierais meter a un militar entre nosotros. -me señaló. -¡Si nos hubierais hecho caso nada de esto hubiera pasado! -exclamó.

Apreté la mandíbula y los puños, mirándolo.

Estaba agotada, enfadada y dolida por haber tenido que enterrar a otra persona. Y para colmo, Mary estaba embarazada, y fue la gota que colmó el vaso. Me eché sobre Barry, lo tiré al suelo de un golpe y me ensañé con su cara a base de puñetazo limpio.

- ¡Estaba embarazada, cabrón!- espeté, y le zarandeé dándole un golpe en la cabeza. Barry se revolvía y gimoteaba- ¡Cómo se te ocurre llevarte a Mary, hijo de puta! ¡De quién fue la idea!- grité, y Barry sollozó- ¡¡De quién!!

- ¡Mía!- lloró Barry, y su cara era una mancha sanguinolienta.

Alguien me rodeó con un brazo y me levantó.

-Cálmate, niña- me dijo Pete.

Observé en silencio cómo lo golpeaba y di un paso para intentar detenerla pero Pete se adelantó. Si seguía pegándole de esa manera acabaría matándole.

Resoplé y me miré las manos. Los dedos se me pegaban entre si por la mezcla de sangre y tierra. Cerré los ojos lentamente y los volví a abrir, mirando a Pam y esperando que dijera que debíamos hacer con él.

Pam se llevaba las manos a la cabeza y resoplaba. Levanté las manos para que Pete me soltara y me alejé unos pasos. Tenía el pulso desbocado. Me miré las manos, abriendo y cerrando los puños magullados y manchados de sangre, de Barry y mía.

-Que se largue- murmuré-. Si vuelvo a ver su puta cara, lo mato.

Barry se inclinaba en el suelo, llorando y moqueando como un cerdo en el matadero.

Me quedé en silencio observando la escena. No había parado con el acoso sin motivo hacia nosotros desde que llegamos, había cometido un error egoísta que se cobró vidas y aún así todavía pretendía defenderse.

Resoplé, abriendo y cerrando las manos lentamente.

- ¿Quiere irse? Que se vaya él solito al Centro de Comunicaciones- espeté-. A ver cuánto dura ahí fuera.

No quería seguir viéndole la cara, así que desaparecí escaleras arriba. Me daba igual lo que Pam hiciera con él, sabía perfectamente que cumpliría mi amenaza.

Dediqué una última mirada a Barry y seguí a Indhira hasta su habitación. Era mejor no dejarla sola.

Entré tras ella y cerré la puerta detrás de mi, observándola en silencio, esperando ver su reacción.

Entré directamente en el baño y me puse a lavarme las manos y los antebrazos, aguantándome el dolor y el escozor de los nudillos. Me lavé la cara llena de tierra y sangre, y me miré un momento en el espejo roto.

Me acerqué a paso lento hacia ella y me apoyé en el marco de la puerta, observándola en silencio.

Abrí la boca para hablar pero la volví a cerrar lentamente. Tampoco sabía muy bien qué decirle.

Me sequé la cara y cuando vi a Jacques en el reflejo del espejo di un respingo.

- ¡Joder!- exclamé dándome la vuelta, y me llevé una mano bajo el pecho. Tenía los nervios de punta.

Alcé las cejas lentamente al ver su reacción y di un paso atrás para darle espacio.

-¿Estás bien? -pregunté mirándola a los ojos.

Levanté las manos para quitarle importancia.

-Sí, sí...- me colé por el hueco que había dejado en la puerta y me lancé sobre la cajetilla de tabaco que había sobre la mesa.

Cogí uno, lo atrapé con los labios y le ofrecí uno a Jacques mientras prendía el extremo del mío.

Tomé el cigarrillo pero no lo encendí. Me dediqué a mirarla jugando con él entre los dedos.

-Sigo siendo médico y sigues pudiendo contarme cómo te encuentras.

Levanté una ceja.

-No necesito un loquero, gracias- mascullé, y le una buena calada al cigarrillo. Me dolían las manos, me temblaban, y los nudillos agrietados comenzaban a amoratarse.

Alcé las manos en señal de rendición y me senté en la cama despacio.

-Mejor un loquero ahora que una bala después. -comenté llevándome el cigarro a la boca. -No es cuestión de demostrar lo fuerte que somos, es cuestión de sobrevivir.

Cerré los ojos un momento. Cogí el cenicero y me senté a su lado. Jacques sólo pretendía ayudar. Le di un par de caladas lentas al cigarrillo y solté el humo tomándome mi tiempo.

-He visto cómo Muerte se llevaba a Joanna- dije al final-. Nadie más se ha dado cuenta. O me estoy volviendo loca, o ese cabrón encapuchado se está riendo de mí. Me pone los pelos de punta.

Me pasé la mano por la barba y alcé la vista hacia el techo, pensando.

-¿Y él se dio cuenta de que lo veías? -pregunté cuando bajé la mirada. -Puede que no sea cosa de él que puedas verlo.

-No lo sé- respondí mientras le daba un par de toquecitos a la boquilla para echar la ceniza, y le di otra calada-. He estado cerca de la muerte varias veces, pero no le había visto hasta que llegamos al hospital. Y dijo que ya había hablado conmigo.

Alcé la mano. Al principio dudé pero finalmente la apoyé en su hombro y se lo estreché con suavidad.

-Debes mantener tu energía en el refugio, no gastarla en darle vueltas a lo que rodea a ese ser. -murmuré. -Te necesitan aquí. -carraspeé. -Te necesito aquí.

-Ya- dije con amargura-. No necesitamos más desequilibrados mentales- murmuré antes de dar una calada, y le di un apretón amistoso en la mano que tenía en mi hombro con la mano libre.

-Ya tenemos suficientes, si. Y no me quedan antidepresivos ni medicamentos psicóticos. -respondí.

Me encendí el cigarro y cerré el zippo para seguidamente volver a mirarla. -Preocupémonos por nosotros y el refugio.