Postmorten

-No conduce a Narnia- le dije, sonriendo de lado. Le di una calada al cigarrillo-. Esas son las puertas del infierno, más bien.

-¿Las puertas del infierno? -pregunté alzando una ceja. Abrí la puerta del armario lentamente y entonces lo entendí. -Ah, ya veo... -murmuré.

Metí la mano dentro observando lo que iba encontrado en él. No pude evitar sonreír al encontrar un peculiar uniforme militar. Lo tomé por la percha y tiré de él hasta sacarlo girándome y alzándolo.

-Como superior debería ordenarte vestir el uniforme, soldado.

Me eché a reír.

-Ni siquiera creo que quepa ahí dentro, Capitán- me encogí de hombros-. Era muy joven.

Alcé la ceja lentamente, sonriendo. Giré el vestido y lo miré, luego a ella.

-Ninguno de mis soldados se rendirá sin haberlo intentado antes.

Levanté las cejas con los ojos entornados. Le di una calada al cigarro y solté el humo lentamente, mirándole.

-No pienso ponerme eso.

Si seguía hurgando ahí dentro iba a encontrar cosas perturbadoras para la mayoría de la gente.

Me giré y coloqué el vestido en el armario. Continué rebuscando.

-Joder. -murmuré

Me giré lentamente con un arnés de pecho en una mano y un conjunto inferior de cuero y medias en la otra. -Tuviste una juventud movidita, ¿no?

Solté una carcajada.

-Bastante, sí. Mis padres sólo venían aquí algunos fines de semana, o cuando tenían vacaciones. Lo usé de picadero desde que tuve edad para conducir.

-Y lo usaste bien por lo que veo. -respondí devolviendo las prendas al armario y cerrando las puertas del mismo.

Me giré y me llevé las manos a la parte trasera de la cintura, apoyando la espalda en el armario y mirándola.

Me encogí de hombros.

-Tuve mis momentos hasta que me pillaron. Me cayó una buena- sonreí de lado al recordarlo-. Fue durante mi época de delincuente juvenil.

-A esa edad yo ya estaba en la escuela militar preparándome para estudiar medicina. -respondí con una sonrisa.

-Veo que aprovechaste mejor tu juventud.

-Ah...- suspiré- Según se mire- y le di una calada al pitillo-. Tuve bastantes líos con las autoridades escolares- dije mientras exhalaba el humo-. Me redimí un poco en la universidad, y acabé por seguir los pasos de papi- levanté las cejas en una mueca al tiempo que seguía sonriendo de lado-. ¿Qué pasa? ¿Has sido un buen chico toda tu vida?

-He sido un soldado toda mi vida. No tuve tiempo para ser bueno o malo. -respondí.

-Pero por lo que veo tu fuiste una oveja descarriada durante mucho tiempo, ¿eh?

Me reí.

-Durante la adolescencia. No había quién me parara. No fui del equipo de animadoras- comenté-, pero era casi tan mala como ellas. Hubo cosas que estuvieron mal, pero no sirve de nada arrepentirse. ¿No crees?

Asentí y sonreí. -Es la edad para cometer errores, no para evadirlos. -respondí. -Es donde ganamos la experiencia para el futuro.

Me separé del armario y caminé hasta la cama volviendo a sentarme en ella. -Es la edad feliz.

Apreté los labios.

-No estoy tan segura- me reí, le di una última calada al pitillo y lo apagué antes de mirar a Jacques-. ¿Entraste en el ejército desde abajo?- pregunté.

Asentí. -Como la mayoría. -respondí. -Estudié medicina en él y me convertí en sanitario. De ahí en adelante comenzaron a desplegarnos.

Me eché hacia atrás y apoyé los codos en la cama en una postura más cómoda.

-Sí. Éramos carne de cañón. Pero eso lo aprendí después. Tuve que ver que me moría para entenderlo, pero al final caí del burro.

Giré la cabeza para mirarle.

- ¿Y tu familia?

La miré y negué devolviendo la mirada al frente.

-Siempre he sido propiedad del gobierno.

Apreté los labios.

-Lo siento.

Me levanté y abrí el armario para sacar algo de ropa. El olor de la sangre estaba empezando a marearme.

-Voy a quitarme esto- murmuré encaminándome al baño. Di una zancada grande para esquivar el charco de sangre espeso del suelo.

Asentí a sus palabras y vi como se levantaba.

La escuché y abrí mi chaleco para sacar la cajetilla de cigarrillos. Llevé un cigarro a mi boca y me lo encendí dando una calada mientras apoyaba la espalda en la cama. Expulsé el humo con suavidad mirando al techo.

Desabrochar los cordones de las botas y aflojarlos fue lo más difícil de todo. Tardé bastante, pero al final me deshice de las botas. Me miré en el espejo roto y suspiré. Apreté los dientes cada vez que tenía que hacer uso de la mano herida, pero finalmente conseguí desvestirme y ponerme una camiseta vieja y demasiado ancha y el pantalón que usaba para dormir. Allí no tenía más pantalón que el vaquero, de modo que iba a tener que limpiarlo cuanto antes. Volví a esquivar sangre y cristales en el suelo y salí del baño.

Eché la cabeza hacia atrás y la miré. Al menos parecía tener mejor aspecto que cuando la encontré. Tenía que acordarme de ver a Vi después, por si acaso.

-¿Mejor? -pregunté.

Esperaba que después de tardar tanto se hubiera ido, pero ahí seguía.

-Sí- suspiré, y me senté en la cama-. Supongo.

Le di dos suaves palmadas en el muslo y devolví la mirada al techo.

-Es difícil mantenerse sano en un mundo como el que tenemos ahora. -respondí. -Difícil no pensar en cosas que nos hunden poco a poco.

-Sí...- respondí, coincidiendo con él- Estamos en guerra. Todos contra todos. Sólo queda sobrevivir...